TOMAR
En la imagen de otras famosas ciudades como Roma, Constantinopla o incluso Lisboa, paseos asociados con las siete colinas (el Bosque de las Siete Montañas), etapa de cónclaves de iniciación de los templarios y presunto refugio para su tesoro enigmático. Una tal sacralidad, sancionada por la geomorfología, fue poblada por elementos edificados, que la potenciaron como el reflejo imaginal de el polo teofánico conjuntamente venerado por Judíos, Cristianos y Musulmanes:
¡la Ciudad Santa de Jerusalén!
A la saudade, está destinado el
Monumento de Mafra
El cual, simultáneamente, se presenta como una inmensa antología de artes plásticas y un enigma.
Enigma indecifrable, justamente, porque cuando ocurre definir el propósito de D. João V, raros son aquellos que no caen en la tentación de decir que todo lo que el soberano tenía en su mente era una insaciable sed de ostentación, o que la exuberante suntuosidad de que se hacía Mecenas sólo servía a ese fin.
Explicación pobre que vacía de sentido la retórica de el poder sacralizado que la impregnaba.
Sin embargo, una vez adoptada la lección de la Antigüedad Clásica y de su tiempo mítico, los monarcas absolutos herederos de la romanidad, carecen de el espacio mítico correspondiente: la ciudad capital, cuyo significado último, asumido como secreto de Estado y misterio religioso, sólo al Rey es ¡dado revelar!
¿Despreciable la tradición que garantiza que el Monumento de Mafra fue concebido como una réplica de la Jerusalén Celeste destinada a convertirse en Roma un día?
Esto es lo que esta ruta pretende aclarar!